Hace algunos años, cuando la vida parecía más sencilla, existía una colección de libros que cautivaba a los lectores curiosos y soñadores: "Elige tu propia aventura". En cada historia, el rumbo dependía de las decisiones del lector: un giro a la izquierda podía llevar directo a una trampa, mientras que elegir la derecha abría el camino hacia el tesoro. Aquella dinámica de decidir, arriesgarse, asumir las consecuencias bien podría ser una metáfora del arte de hacer vino. Pero animarse a jugar con la vid, sin contar con una bodega propia ni una hectárea de tierra, convierte a la aventura en un desafío aún mayor.

Algunos tucumanos asumieron el riesgo y se animaron con la intención de cumplir un sueño, de contar una historia, romper con la rutina en tiempos de pandemia o de obtener un blend (una mezcla de diferentes variedades de uva, regiones, o añadas) difícil de conseguir en el mercado.

Un vino a tu medida

"Hace 10 años, cuando volví del sur del país, sentí la necesidad y la inquietud de hacer un vino con mi cuñado, que tiene la misma pasión que yo por este mundo. A través de un amigo de Amaicha del Valle llegamos al reconocido enólogo Francisco 'Paco' Puga, que hoy es un amigazo", recuerda Tanus Kikano y agrega que después de varias catas llegó el momento de tomar una decisión para llegar a un vino con mucha presencia, astringente y fuerte: "Elegimos que sea 75% de Cabernet Sauvignon y un 25% de Tannat. Todas uvas de Cafayate. Es un buen corte, difícil de tomar porque no es el gusto promedio de todas las personas".

El proyecto tomó forma bajo el nombre "Elisar", con una etiqueta diseñada por Franco Guevara, que combina simplicidad y carácter. La producción alcanzó unas 2.000 botellas, pero el objetivo nunca fue económico. Kikano asegura que "tener un solo producto dificulta la comercialización y la inserción en el mercado, pero lo hacemos de a poco, más por gusto y pasión que por negocio".

Tanus, amante de la gastronomía, contó que realizaron además dos tiradas adicionales pensadas para un público más amplio: un Malbec joven y un Malbec Reserva. “El segundo es un vino de montaña, elaborado con uvas seleccionadas que el enólogo ya tenía disponibles. Sin embargo, nuestro primer vino insignia es Elisar; ese es el que realmente nos representa y define nuestro proyecto", cierra.

Un proyecto de amigos

El sommelier Leandro Vallvé muestra con orgullo una botella de "Calma Wines", que nació tras la inquietud que se planteó con otros tres amigos, Diego Quintana, Donato Racedo Aragón y Tomás Prato: “Nos une la pasión por el vino, pero más que una motivación comercial, lo que nos movió fue algo personal. Siempre sentimos que el vino es una forma de contar historias, de conectar emociones con momentos. Queríamos crear algo que no fuera solo una bebida, sino una experiencia sensorial, casi poética”.

“Cada vino de 'Calma Wines' es como un capítulo de un libro abierto. El Refugio habla de ese lugar donde todo se detiene, donde uno puede respirar y reencontrarse. El Sendero representa el movimiento, el proceso, la transformación. Y los próximos capítulos continuarán esa narrativa: cada uno busca reflejar una etapa emocional de la vida”, detalla.

Las uvas que dan vida a "Calma Wines" provienen de distintas zonas de altura del Valle Calchaquí. En el primer capítulo, El Refugio, el Malbec se cultiva en Cafayate y el Cabernet Franc en Animaná, dos terruños reconocidos por su clima y suelos únicos. El enólogo responsable del proyecto es “Paco” Puga, y los vinos se elaboran en su propia bodega. La etiqueta, que muestra el dibujo de una copa, fue creada por una artista mosaiquista tucumana, con la intención de reflejar en colores la esencia y los matices de los valles.

“Si hablamos de rentabilidad sólo en términos económicos, es un camino largo y que requiere mucha inversión. Pero si lo mirás desde lo emocional, desde la posibilidad de crear algo auténtico que conecte con las personas, entonces sí: es profundamente rentable”, concluye el sommelier.

Una aventura familiar

Hugo Campillo dice que la idea de producir un vino surgió durante la pandemia, un momento de pausa que la familia aprovechó para hacer algo distinto y unir fuerzas. Tras visitar las bodegas de Cafayate y conocer los vinos de altura, decidieron crear su propio proyecto, no con fines comerciales, sino como una experiencia compartida, divertida y enriquecedora que transformara un período difícil en una aventura familiar llena de aprendizajes y emociones.

El vino se llamó "La Clave del Éxito", inspirado en una frase que Hugo siempre repetía: "Orden, disciplina y actitud", a la que su hija Lara sumó la palabra “Objetivo”. "De esas cuatro virtudes nacieron las cuatro cepas del proyecto: Malbec-Malbec, Malbec-Cabernet, Malbec-Tannat y Cabernet Franc-Tannat, con un total de 2.000 botellas con uvas de Cafayate. La producción se realizó en una bodega local y estuvimos acompañados por el enólogo Rafael Olaya, quien nos guió y nos enseñó a respetar el tiempo y la vida del vino", comenta Campillo.

Sin embargo, los Campillo también debieron enfrentar los desafíos que golpearon a toda la industria en ese tiempo: la escasez de botellas y corchos. El fuerte aumento del consumo interno expuso las limitaciones en la producción local de envases, mientras que las trabas a las importaciones agravaron el panorama para muchas bodegas.

Más allá de eso, Hugo afirma que producir un vino significa mucho más que elaborar una bebida: es pasión, historia y arte, una escuela de paciencia y trabajo en equipo. "Desde la siembra de la vid hasta el diseño de la etiqueta, cada etapa fue un aprendizaje que consolidó la unión familiar. 'La Clave del Éxito' no es simplemente un vino, sino el reflejo de un proceso vivido con el corazón, donde cada botella resume disciplina, dedicación y la búsqueda de transformar una idea en algo real y valioso", sentencia.